Reflejo en la Sombra

El reloj de tu cuarto siempre ha estado ahí. Aunque no estuviese físicamente en tu dormitorio, ese reloj ha marcado los segundos, los minutos y las horas de tu vida. Uno tras otro. Has viajado, has conocido mundo. Has vivido con distintas personas. Has estado en la cama con algunas personas. Pocas. O muchas, según cómo se mire.

 

La ilusión se acaba. La ilusión vuelve a comenzar. El cielo es gris. Y el gris es el único color que ves en tus ojos cuando te miras en el espejo. El gris del miedo. El gris de una existencia dañada, una existencia incompleta y siempre repleta. Repleta de todo: risas, llantos, alegrías, penas. Tristezas.

 

Tenue es la luz de la última estrella del cielo. La única que todavía no se ha apagado. Siempre nos queda la esperanza. Y esperamos, y esperamos, y esperamos. Esperamos. Y llega el día en que viene. O el día en que llegamos. El día en que se abre la eternidad. La eterna estupidez de la existencia dañada.

 

Memorizas todos los números de la agenda de tu teléfono. No los quieres perder. Imaginas ese momento en que pierdes el teléfono y te aterroriza. Entonces, estarías solo. Sin nadie. Volverías al momento en que naciste. Totalmente desnudo. Expulsado de un lugar cálido y seguro donde todo era previsible. Volverías al principio. A la única verdad. A la soledad.

 

Por suerte el mundo es dialéctico. Y todo tiene su contrario. Y todo es, al mismo tiempo, su contrario. El amor y el odio. La alegría y la tristeza. La vida y la muerte. La soledad y la compañía. Y como el mundo es dialéctico todo se mueve. Y de la síntesis de los contrarios surgen nuevas tesis. Y de las penas nuevas alegrías. Y de los odios nuevos amores. Y de la soledad la inevitable compañía.

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