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El fútbol ha muerto. ¡Viva el fútbol! (II)

El primer recuerdo futbolístico que tengo es un partido que jugué en el partio del colegio con cinco años en el que mi clase ganó ocho a cero a la clase de al lado. Entonces las clases teníamos nombres de animales, pero ya no me acuerdo de cual era el nuestro. Me acuerdo de que una vez ganamos ocho a cero.

Otro recuerdo fundamental, a parte de la nariz rota de Luis Enrique en los cuartos de final del mundial de Estados Unidos, es el penalty que falló Djukic. Por aquel entonces, los equipos pequeños a veces ganaban la Liga. El Depor, con un tipo tan gallego como Arsenio Iglesias, estuvo a punto de ganar la Liga. Era un equipo modesto, de una ciudad pequeña como La Coruña frente a uno de los equipos del régimen y eso, a mí, un pequeño niño que irracionalmente estaba entusiasmado por la estética del perdedor, me encantaba. No sé por qué, pero siempre me gustó más el que perdía o el que quedaba segundo.

Pero todo esto no son más que recuerdos de infancia. Acutalmente el fútbol es exactamente igual que el resto de la sociedad. Un régimen injusto en el que los poderosos precarizan y destruyen a los débiles. Una mafia infecta en que una banda de miserables, llámense Roures o Florentino Pérez, juegan con las ilusiones de millones de personas.

El fútbol ya no es salvable, igual que casi nada es salvable. La única manera de salvarnos es estar juntos, es luchar juntos, es vivir juntos. Para jugar al fútbol, para resistir, para emborracharnos, para enamorarnos. Unos con otros, unos con otras, otras con unas. Robándole un verso a Jose Agustin Goytisolo: «en estos tiempos de ignominia generalizada», la única manera de no suicidarte es diluirte en los demás.

El fútbol ha muerto. ¡Viva el fútbol!

Las radios deportivas fueron las primeras en anunciar la catástrofe. «¡Se acaba el fútbol! ¡Prohíben el deporte rey! ¡Esto es un ataque a los derechos fundamentales! ¡Coartan nuestra libertad de expresión!». Grandes multinacionales lanzaron a las masas a luchar por la palabra fútbol que en aquellos tiempos oscuros no significaba más que intereses económicos para los magnates que manejaban los hilos.

Adidas y Nike se dieron la mano tras décadas de encarnizada batalla para luchar por un pastel común que querían repartirse. Mahou y Telepizza financiaron todas las movilizaciones. El presidente del BBVA organizó una rueda de prensa multitudinaria en la que denunció que la «no existencia de fútbol vulneraba los más sagrados principios constitucionales».

Un grupo de jeques árabes crearon un nuevo deporte con normas semejantes en el que sepultaron sus fortunas. Jaume Roures se alió con sus enemigos más feroces para repartirse los derechos televisivos del último copo de nieve del invierno y de la primera caída de hoja del otoño. Sergio Ramos y Andrés Iniesta, en representación del fútbol español, balbucearon unas declaraciones que nadie fue capaz de traducir.

José Mourinho formó una nueva religión en la que él era la reencarnación de dios en la tierra. Pasados unos meses, cuando hasta su mujer abandonó «el camino de la verdad», comenzó a trabajar en una ebanistería. Josep Guardiola se hizo mormón aprovechando que ya disponía del atuendo. En la actualidad se le puede ver acompañado de su inseparable Tito Vilanova por las calles de Tarragona buscando nuevos adeptos. Sir Alex Ferguson sigue invirtiendo sus abundantes ahorros en pintas de cerveza por los pubs de Manchester.

Mientras todo esto ocurre, en un potrero de un barrio miseria de Buenos Aires un grupo de niños sucios y despeinados corren detrás de una pelota de trapo, en una favela de Sao Paulo una joven pinta una portería en una pared, a las afueras de Duala con los últimos rayos de sol Paul y Philemón se han jugado una cerveza en una tanda de penaltis y en un parque burgalés, mientras un chaval coloca una chupa a unos metros de la otra, se oye desde la otra parte del parque, ¡Sacamos ya!

El fútbol ha muerto. ¡Viva el fútbol!

La final de la Copa del Rey de España(II)

Esta noche se juega la final de la Copa del Rey. Mi opinión es que se está creando una gran cantidad de ruido alrededor de este partido. Porque al final, por mucho que nos guste, sólo es un partido o veintidós tipos en calzoncillos corriendo detrás de una pelotita que, en función de donde entre, se repartirán los papeles de héroes y villanos.

Estamos muy acostumbrados a que antes de un ‘Real Madrid-Barça’ se esté durante días avivando polémicas ficticias. Hay que vender periódicos, hay que hacer programas de radio, hay que rellenar informativos de televisión, pero también podemos mostrar el tedio que generan estas situaciones.

Que si Piqué les dijo a los «españolitos del Real Madrid» que les iban a «ganar la Copa de ‘su’ Rey» (como Piqué es muy moderno y súperguay lo ha desmentido en su twitter). Que si Pepe escupió a los jugadores del Barça (conociendo a Pepe quizás sea su forma de mostrar cariño, tampoco deberían ofenderse, les ha hecho cosas peores). Que si van a poner el himno de España a un volumen para que se escuche hasta en Pacoima y que no se oigan los abucheos de los barcelonistas. Que los del Real Madrid van a llevar banderas de España. Que si el equipo de los fachas. Que si el representante de la sonrojante burguesía catalana. Se me quitan las ganas de ver el partido.

Los mismos discursos cruzados de nacionalismos victimistas que se repiten machaconamente. Al final ruido, ruido y más ruido. Ruido como el del himno, ruido como el de los abucheos, ruido como el que nos hace perder el foco de lo importante. Esperemos que ese ruido no nos despiste de lo verdaderamente relevante, de lo crucial que se juega esta noche, de lo vital que se disputa en el terreno de juego de Mestalla, de lo más trascendental: veintidós tipos en calzoncillos corriendo detrás de una pelotita. Pero veintidós tipos muy buenos, ojo.

La final de la Copa del Rey de España

Mañana es la final de la Copa del (heredero del) Generalísimo. Los dos equipos más ricos de España se enfrentarán en Valencia para lograr el trofeo. Dicen que en el fútbol no hay política, pero por si acaso lo que dicen no es verdad, la Federación Española de Fútbol ha decidido instalar un sistema de megafonía para que el himno suene rozando el umbral del dolor. Hace dos años, los seguidores del Barcelona y el Athletic cometieron el grave delito de pitar mientras sonaba el glorioso himno y el Borbón entraba en el estadio. Para que esto no vuelva a ocurrir, la Federación ha decidido meter el himno en vena. Frente a la libertad de expresión, metemos el himno, y así no tenemos que prestar atención a la realidad.

Bien pensando es lo que llevamos haciendo mucho tiempo: ante el hecho de

"Les vamos a meter el himno hasta que les duela a esos catalufos", pensaron en la Federación.

que una parte de los catalanes y los vascos ni quieren ni se sienten españoles (las razones, si estas son buenas o malas, dan lo mismo ahora) pues nosotros no intentamos comprenderlo y configurar un sistema político integrador, sino que subimos el volumen del himno, esta vez en forma de gritos y rasgadas de vestiduras porque se nos rompe la patria, y aquí ya no se puede hablar de nada.

Que no te oigan decir que parte de los catalanes o de los vascos no se sienten cómodos y que, por lo tanto, algo pasará o algo habrá que hacer. Si lo haces, multitud de voces te cantarán el conocido himno de “es que los catalanes son unos tacaños”, “los vascos viven muy bien y son unos racistas”, “lo tienen todo”, “Madrid está peor”. Todo muy interesante, pero no resuelve nada y, sobre todo, no resuelve el hecho fundamental: España es un concepto discutible y, sobretodo, discutido, sería mejor que en esta discusión todos hablásemos e intentásemos llegar a algún punto en común.

Porque al final corremos el riesgo de pensar que esto es como la final de la Copa del Rey (con Mourinho haciendo de Aznar y Guardiola de Pujol). La diferencia es que en la final de la Copa del Rey unos ganan y otros pierden y en el Estado en el que, se supone, deberíamos vivir todos (o no, no es tan grave) deberíamos jugar en el mismo equipo.

De momento, nos sigue gustando el fútbol (II)

Nos sigue gustando el fútbol a pesar de toda la mafia maloliente que lo rodea. Nos gusta lo que ocurre dentro del terreno de juego, como ya hemos dicho otras veces, porque lo de los despachos es para ponerse a temblar. Tráfico de influencias, millones en maletines de acá para allá, navajazos por los contratos televisivos, pelotazos urbanísticos, compadreo con el poder político que permite todos estos desmanes,…

Lo de Mourinho la verdad que cada día me da más igual. De hecho, hace tiempo que no sigo a qué dedica sus estrategias en las ruedas de prensa. Durante un tiempo me hacía cierta gracia verle abriendo frentes por todos lados. Proyectaba cierta fascinación esa imagen de triunfos que le precedía, pero la sobreexposición en los medios le han convertido en uno más. Nadie tiene fórmulas secretas de la victoria. Lo malo de todo esto es que, en esta sociedad materialista y cortoplacista, como Mourinho gane la Champions tendremos que oír por todos lados que es un fenómeno y como no gane nada se le echará encima esa jauría insaciable compuesta por prensa y afición.

Jaume Roures.

No creo que Roures se meta en los entresijos de la competición hasta desvirtuarla. No creo que se meta en decidir los horarios de los partidos con la intención de perjudicar al Real Madrid. Para lo que sí que tiene poder es para negociar los contratos multimillonarios de los derechos televisivos de los clubes. Directa o indirectamente decide la cantidad que da a cada club. Así que, en gran medida, es el responsable de que la Liga esté compuesta por dos súperequipos y dieciocho mediocres. Los presupuestos determinan la calidad de las plantillas y en este caso Madrid y Barça se llevan casi todo el pastel dejando las migajas para los demás.

Los integristas del Marca, el Mundo Deportivo y demás dirán que tienen tanto dinero porque lo generan. Esa sería otra discusión de la que también se podría discrepar, pero bueno hoy no estoy demasiado belicoso.

¿Quién quiere ver un Sporting Mallorca que no sea de esos equipos? Sólo atraen el Madrid y el Barça. Al tener peores audiencias el resto de equipos tienen menos ingresos. A su vez, esos ingresos bajos no les permiten fichar mejores jugadores, lo que les hace seguir inmersos en la mediocridad y no atraer nuevo público. La pescadilla que se muerde la cola.

Auguran los entendidos que se va a acabar el fútbol en abierto para obtener más ingresos, así que dentro de poco habrá que pagar para ver cualquier partido. Eso lo defiende también ahora Roures que antes abogaba por el fútbol en abierto cuando abrió la guerra contra PRISA. Al final cada uno arrima el ascua a su sardina y como en Wall Street, siempre gana la banca y perdemos los ciudadanos.

De momento, nos sigue gustando el fútbol

Esta mañana en el bar he escuchado que Mourinho se ha quejado. No jodas, he pensado, ¿y eso? ¿cuándo se ha quejado Mourinho? El caso es que el «técnico madridista» (algún día deberíamos recolectar todas las paráfrasis verbales absurdas que escriben los periodistas) se queja porque dice que el que hace el calendario perjudica al Real Madrid. Resulta que la semana que viene el Real Madrid descansa (no juega) sólo dos días, y el Barcelona esta semana cuatro.

Parece cierto, ¿no? Pero es extraño, ¿alguien relacionado con el fútbol perjudica al Real Madrid? ¿En España? ¿Puede esto ser posible? Me he puesto a buscar por Internet quién es el que decide el horario de los partidos de la Liga y, entonces, lo he visto claro: un catalán. Un tal Jaume Roures. No sabía quién era, el nombre me sonaba poco. He seguido investigando y he caído. Jaume Roures es el jefazo del fútbol, es quien tiene los derechos de los equipos de fútbol y, por lo tanto, es quien decide a qué hora se juega y esas cosas. Pero no queda ahí la cosa: resulta que el tal Jaume Roures ha contratado al hermano de Guardiola (Pere) en una empresa de algo así como representación deportiva y negocios inmobiliarios (como he ido yendo del Marca al Sport al final no me he enterado bien). El caso es que lo que Mourinho quiere decir es esto: Jaume Roures hace un calendario que perjudica al Madrid para beneficiar de alguna manera a Guardiola (Pere o Pep, da lo mismo). Acabáramos.

Aquí ya sí que no me lo creía: ¿chanchullos deportivo-empresariales en España? Aunque sea en la anti-España, que es como nuestra némesis, comparte la misma esencia chanchullera de España, que allí lo llaman seny, pero es nuestro principal enemigo.

Pero hoy me he caído del guindo: resulta que sí, que en nuestro fútbol el Fair Play se termina en la misma línea de banda y lo que resta de estadio es una especie de pudridero de mafiosos enmierdados con magnates de la comunicación hasta las trancas o encamados con políticos recibiendo favores. Hay chanchullos para regalar: peleas entre grupos de comunicación progresistas por los derechos de emisión del nuevo opio del pueblo; especulación con la antigua ciudad deportiva del Real Madrid para construir los cuatro penes esos que hay en el final de la Castellana y salvar al club; corrupción de esa desgracia de este país que fue Jesús Gil entre Marbella y el Atleti y el Atleti y Marbella; negocios entre el Barcelona y los equipos de los dictadores sanguinarios de Uzbequistán a mayor gloria del Garibaldi catalán (léase Laporta); Ruíz Mateos y el Rayo,… Y sólo he citado de memoria. ¿Méndez Pozo no estará en algo de esto también?

Y todo esto, ¿para qué? ¿Para una mierda de Liga en que un equipo juega de ensueño lo gana todo, otro juega de ensueño a veces y lo gana casitodo y 18 desconocidos  no sabemos bien cómo juegan porque sólo les vemos jugar con los otros dos? Y que aún así nos guste el fútbol.

¿Pero qué fútbol nos gusta?

Fútbol y política (II)

– El fútbol está lleno de política lo mires por donde lo mires.

– ¡Qué va! El fútbol es fútbol y la política es política. No debe mezclarse la política con el deporte.

– Entonces, ¿el fútbol no tiene nada que ver con la política?

– Nada y la poca relación que tengan es mala. ¡No hay que mezclar churras con merinas!

Escucho esta conversación en la barra de un bar y me quedo pensando que política y deporte son géneros distintos, como el agua y el aceite, como la velocidad y el tocino, como el culo y las témporas. Pensamos que no hay relación. Nos sentamos a ver el partido tan contentos porque el fútbol mola mucho, pero la política no, la política es un coñazo. Sabemos mucho de fútbol, sabemos que Iniesta es de Fuentealbilla, nos sabemos la vida de Messi mejor que su mamá, sabemos que el hijo de Mourinho juega de portero en el alevín del Canillas B,  yo me sé hasta la marca de gayumbos de Cristiano Ronaldo, pero no sabemos dónde carajo están los dichosos mercados que, día sí y día también, nos enseñan sus dientes afilados de tiburones sin escrúpulos.

El sistema político actual favorece al más poderoso. El pez grande se come al chico. El rico cada vez tiene más y el pobre cada vez tiene menos. Las diferencias aumentan, la brecha se abre irremediablemente. El dinero, como representación del poder, está cada vez en menos manos. Existen personas con mayor capacidad económica que países enteros. Hay un desequilibrio evidente. Esa casta de poderosos quieren notoriedad, ser famosos, poblar las portadas. No vamos a comparar el glamour de un polígono industrial con el de Carmen Lomana, ¿no?

El fútbol es un engranaje más del sistema capitalista.

Estos pocos ricos no quieren contribuir con su riqueza, quieren ser cada vez más ricos a costa de lo que sea. Quieren más porción de la tarta porque «el resto, con las migajas, tienen más que suficiente». Aunque el fútbol y la política ya sabemos todos que no tienen nada que ver, vamos a echar un ojo a la clasificación de Primera División y si no nos queda claro veamos la del año pasado. La diferencia de puntos, paralela a la diferencia de ceros en los presupuestos, es abismal. Para no tener nada que ver, se parecen un poco, ¿no?

Fútbol y política

Futbolista haciendo política

Cuando publicamos las entradas sobre Mourinho, en los comentarios comenzamos una discusión sobre hasta qué punto había política en el fútbol. Para mí, resultaba evidente que el fútbol está lleno de política. Y esto es así por una sencilla razón: el fútbol es, mucho más que un deporte, un hecho social. Lo siguen millones de personas en todo el mundo y, por lo tanto, entre millones de personas siempre, pero siempre, hay un montón de actitudes, opiniones, símbolos o activismos políticos. Cuidado, porque me refiero al fútbol como un hecho social y no al deporte en general.

Hay un montón de ejemplos del fútbol como hecho social. Que España ganase el mundial hizo que miles de personas saliesen a la calle, mucho más que casi cualquier manifestación política. El Madrid-Barça de la semana que viene es un acontecimiento que auna en miles de personas los prejuicios y disputas de las naciones de la península. Que Sudáfrica organizase el mundial fue todo un acontecimiento social para África con múltiples consecuencias políticas y económicas. O pregúntale a Cruyff si el Mundial de Argentina al que no fue no era un fenómeno político.

Y, ¿esto es malo? Vivimos en una sociedad que huye de la política. Cuando alguien dice que algo es político o le quiere sacar una consecuencia política a un fenómeno, siempre surge alguien que quiere despolitizarlo. Las razones son múltiples, y seguramente dedique otra entrada a intentar entenderlas, pero ahora me interesa simplemente plantear lo político del fútbol como algo bueno.

La política, afortunadamente, es mucho más que los políticos. La política también es hacer música de una determinada manera, unos trabajadores que recuperan una fábrica cuando ésta cierra o un grupo de aficionados que, el día de la huelga general, van a hablar con los jugadores de su equipo para que, ellos también, hagan la huelga.

Y esto es bueno. Es bueno que se use cualquier aspecto de la vida, y también el fútbol, para hacer política. El fútbol puede ser un acontecimiento perfecto para el feminismo, si empezamos a visibilizar el fútbol femenino; o para el antifascismo, si empezamos a combatir el racismo con fútbol.

El fútbol es un hecho social que, como tal, se inserta en los procesos sociales y como cualquier otro, es capaz de modificar estos últimos en un sentido u otro, el que sea. De ahí que, como ya dijimos alguna vez, el fútbol sea un buen instrumento también para hacer la revolución.

¡Con todos ustedes, José Mourinho!

A mí, había un entrenador que me caía mal, que me parecía un ególatra barnizado de prepotencia. Un entrenador estirado que pretendía dar una cátedra cada vez que olía un micrófono. Esta actitud la trufaba de gestos exagerados y de celebraciones desproporcionadas. Yo tenía esta visión desde la lejanía, pero el entrenador se acercó y mi percepción sobre él se enfocó como la imagen con una cámara reflex.

Comencé a ver en ese entrenador un actor que interpreta el guión a la perfección. Alcanza tal interpretación del guión que lo moldea a su gusto y, como los genios de las tablas, es capaz de improvisar en cada momento.

José Mourinho

Unos días sólo está dispuesto a hablar de lo que sucede entre las líneas de cal y el que ose preguntarle sobre algún otro asunto, despertará una ira impostada. Otro día cambia el guión y responde educado a los requerimientos más banales. Un martes regala al entrenador rival la alineación completa, el viernes no da ningún nombre y el martes siguiente se divierte dando pistas a los periodistas como quien juega al «veo veo» con sus hijos. Aunque sus mejores funciones las ofrece ante coliseos repletos de miles de personas para despertar la furia de la hinchada rival. No se achica en los grandes teatros. El que crea que estos gestos son improvisados, no ha conocido a nadie tan afilado como él.

El nuevo enfoque del objetivo me ofreció a un cínico en toda regla. Pero no un cínico con las connotaciones actuales, no alguien fatuo que se ríe de lo que pasa ante sus ojos con indiferencia y desdén. Un cínico de la escuela de Antístenes. Aquellos cínicos que provocaban, pero no gratuitamente. Detrás de su anaideia estaban las denuncias de corrupción de las virtudes griegas. Las provocaciones del entrenador no están vacías de contenido, siempre hay una razón consistente en la sombra.

De todas las capacidades que muestra, me gustó su ingobernabilidad. La cantidad de talento que atesora ha hecho dar su brazo a torcer al que dicen que es uno de los hombres más poderosos de España. Ese hombre que mueve los hilos de tantas marionetas importantes, no encuentra el hilo de su entrenador. A él un directivo no le discute las alineaciones, ni le pisa el campo de entrenamiento, ni se le asoma al sacrosanto vestuario. El rostro de miedo del constructor en su propio palco me recuerda mucho a la cara de susto que se le está poniendo a su actual rival en los banquillos.

Por qué me gusta el fútbol (II)

Por lo que ocurre entre los cuatro banderines. Porque sólo en este territorio, un hombre de metro sesenta, con sobrepeso y que nació en la espalda del mundo puede ser el mejor de todos los tiempos. Porque sólo aquí, un grupo de chicos bajitos y flaquitos es capaz de bailar a un ejército de gigantes musculados. Porque sólo sobre el césped y con un balón de por medio, un alcohólico, patizambo, con la columna vertebral torcida, una pierna seis centímetros más larga que la otra y que sufrió los dientes de la poliomelitis es capaz de eclipsar al sol que más ha hecho brillar la canarinha.

Por los domingos por la tarde en los estadios. Por los lunes por la mañana en las cafeterías. Porque no siempre gana el que todo el mundo espera, aunque estén preparadas las serpentinas más largas del mundo y las cervezas más frías de la historia. Porque esta película siempre tiene un malo. Por la bravura, la honestidad y la valentía de aquellos jugadores del Dínamo de Kiev, que prefirieron ganar a un equipo del ejército nazi, a pesar de que sabían que si lo hacían serían asesinados. ¿Un equipo del ejército nazi? Eso es la antítesis del fútbol; gente tan cuadrada no puede entender un juego en el que el rey es un esférico.

Porque mantiene la esencia del juego de todos los barrios del planeta: dos cazadoras, un balón y el que meta más goles, gana. Por Zidane, por el ‘dream team’ de dibujos animados, por la pierna izquierda de Guti, por el Balón de Oro que nunca le darán a Xavi y por el gol de Iniesta, ¿qué sería de la España de la crisis sin el Mundial? Lo mismo, pero esa noche desde que salió el balón del pie de Cesc hasta que cada uno llegó a su casa, dijeran lo que dijeran los del FMI, fuimos los Reyes del Mundo.